
Cada tanto es necesario volver a los clásicos. El vértigo de los días lleva a olvidarlos, como también se olvidan a diario las cosas que realmente importan. Lo mismo le sucede a Ebenezer Scrooge, el protagonista de *Una canción de Navidad*, la fábula inmortal que Dickens escribió en 1843 y que Bärenhaus acaba de reeditar. Preocupado por el día a día en su contaduría, Scrooge solo sabe quejarse de asuntos intrascendentes.
Las mesas de novedades tienden a atraer con libros que abordan el tiempo presente, con palabras familiares, guiños y tonos cercanos. Sin embargo, una novela clásica ofrece algo más: una lengua universal, que no es siempre la misma, sino que se resignifica constantemente. En *Por qué leer los clásicos*, Italo Calvino define a los clásicos como aquellos libros que nunca terminan de decir lo que tienen para decir, textos que “cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad”. En esta reedición de *Una canción de Navidad*, además de un formato *pocket* cuadrado y las ilustraciones de John Leech, se suma una traducción moderna, natural e invisible.
La historia de Dickens es ampliamente conocida. Scrooge, envejecido, avaro y huraño, recibe la visita de tres espíritus: el Fantasma de la Navidad del Pasado, que lo transporta a su infancia como si rebobinara una vieja película. El Fantasma de la Navidad del Presente, que lo lleva a la casa de su sobrino y le permite observar la pobreza. Y el Fantasma de la Navidad del Porvenir, que le muestra qué quedará de él cuando ya no quede nada.
*Una canción de Navidad* reflexiona sobre la ética de quienes ocupan posiciones de poder, de quienes han tenido más suerte en la vida y no saben cómo tratar a los demás. Scrooge representa a esa figura desagradable que todos evitan. Todos, excepto su sobrino pobre, quien trabaja para él por unas pocas monedas. Los espíritus navideños propician su transformación. Scrooge cambia, en sintonía con el espíritu festivo. Y esta transformación se presenta como creíble, porque hay una creencia general en la posibilidad de mejorar durante la Navidad. Dickens logra transmitir una sensación final de felicidad.
Con los clásicos ocurre algo singular: al acercarse a ellos por primera vez, pareciera que la historia ya es conocida. Como si ya se hubiese estado allí. Tal vez esa sea una forma posible de definir a los clásicos: aquellos relatos que parecen estar grabados en los huesos y la piel.
Existen numerosas películas basadas en esta historia de Dickens. Muchos llegaron a *Una canción de Navidad* a través de *Scrooged* (Richard Donner, 1988), protagonizada por Bill Murray. La Navidad parece estar hecha del mismo material que la infancia, ese tiempo en el que se sitúan la esperanza y la felicidad.
*Scrooged* resalta una dimensión particular de la fábula de Dickens: el maltrato del jefe. En esta versión, Bill Murray interpreta al presidente de un canal de televisión temido por todos. Un personaje inaccesible, al que conviene no contradecir. Programa una versión en vivo de la obra de Dickens para la noche del veinticuatro, obligando a técnicos y actores a trabajar en Navidad.
En el relato original, Ebenezer Scrooge dirige una contaduría pequeña, con un solo empleado: su sobrino. Desde una oficina sombría, casi una mazmorra, se lo ve copiando cartas al comienzo de la historia. Scrooge se queja de ciertos derechos laborales, pero finalmente los concede.
Hay un momento de revelación en la película, una suerte de *satori*. El antiguo jefe del personaje de Bill Murray, fallecido hace años, lo visita en el último piso de su penthouse, un lugar con ventanas que van del piso al techo y ofrecen una vista completa de Manhattan. En la novela, esa visita corre a cargo de Marley, el antiguo socio de Scrooge. ¿Cuál es la revelación? Todo jefe tiene, a su vez, un jefe. De algún modo, esa idea provoca una sonrisa, y reconforta.
Una canción de Navidad (2017)
Autor: Charles Dickens
Editorial: Bärenhaus
Género: nouvelle